Muchas personas mayores padecen de este mal. El origen de este despropósito suele originarse en nuestra infancia. Las vivencias de nuestros tres primeros años de vida nos marcaran por el resto de nuestro tiempo.
Es curioso que son precisamente estos tres años…los que no recordamos. Si los vivimos rodeados de amor aprenderemos que el amor es lo natural, desde pequeños nos manifestaremos como somos porque no habremos sido reprimidos, manifestaremos ternura, generosidad, alegría.
Una persona rodeada de amor en su infancia suele ser una persona fuerte, confiada, amable.
Por el contrario cuando en nuestra infancia carecemos de afecto acabamos creyendo que eso es lo natural, reprimimos nuestros sentimientos y si alguien nos muestra su afecto desconfiamos.
Cuando comprendemos esta verdad cortamos un circulo infernal de ignorancia y dolor que se transmite de padres a hijos. Nuestros padres nos tratan lo mejor que saben… que muchas veces su actitud es el fruto de sus experiencias con los suyos.
Tendemos a acostumbrarnos a lo que vivimos, hasta que el dolor por lo que nos falta es tan grande que dejamos esta zona de confort para buscar lo que anhelamos. La única medicina para un alma que se siente infeliz es aprender a amarse. Si los demás, por sus distintas razones, no nos han el amor que anhelábamos…. nos tenemos a nosotros mismos para proporcionárnoslo. El adulto que somos ha de aprender a cuidar del niño que fuimos, y darle todo el amor y comprensión que no recibió. El pequeño necesita que le amen, el adulto a de aprender a amarse a si mismo.