Sucedió una vez en un lugar muy lejano… una ciudad, por otro lado, como cualquier ciudad en el mundo, donde vivían gentes de todo estado y condición: humildes, ricas, generosas, tacañas, amargadas, felices…
Cada uno vivía según era, pensando que los demás… como pensamos todos… eran tal cual esta persona en concreto los veía.
Muy poca gente es consciente de que el mundo no es como a nosotros nos parece… sino que el mundo que vemos es el fiel reflejo de como somos nosotros.
Pues bien, en este lejano lugar… en una de sus múltiples calles… puerta por puerta… vivían dos hombres muy distintos entre si. El primero se pasaba el dia enojado… que un dia amaneciera lluvioso si él quería que fuera soleado… le bastaba para despertar su enojo. El segundo hombre era mucho más tranquilo.
Al primero le molestaba la tranquilidad y aparente felicidad de su vecino… y esto como le resultaba incomprensible … lo exasperaba.
Un buen dia decidió enseñar al vecino como era el mundo…¡haber si espabilaba de una vez!
Se le ocurrió, para exasperar al vecino tranquilo, llenar una cesta de mimbre con estiércol de su establo… envolverla como un presente y regalársela al insufrible hombre. Se sintió muy bien mientras maquinaba esta afrenta… se sintió fuerte y poderoso… y este estado de animo continuo, como no podía ser de otra manera cuando le llevo el regalo. Estaba expectante de la reacción del vecino… que por otra parte estaba seguro que seria el montar en cólera e insultarle…o sentirse humillado y avergonzado por un hombre tan fuerte como él.
¡Dicho y hecho! llamó a su puerta y le ofreció el presente.
El vecino, saludo cortesmente y desenvolvió el presente. Su cara no se inmuto al descubrir lo que contenía el regalo recibido. Con voz muy calmada le dio las gracias y le rogó esperara un momento pues quería corresponder a su obsequio.
El hombre comenzó a sentirse intranquilo y enojado….¿como es que no montaba en cólera, ni se sentía humillado? ¡ lo quería obsequiar con otro regalo!
El vecino volvió con la misma cesta de mimbre que acababa de recibir llena de estiércol… pero ahora estaba completamente limpia y llena de olorosas flores recién cortadas… y se las ofreció al hombre.
Este se quedo paralizado… su estupor fue tal que le dijo todo enojado ante tamaño desatino:
-¿Pero no ves que te he dado una cesta llena de estiércol? ¿como me regalas a mi esta misma cesta llena de olorosas flores?
El vecino sin inmutarse y con una sonrisa le respondió:
-Cada uno da lo que tiene.
No hace falta decir que el hombre capto el mensaje, dejo de sentirse orgulloso de su hazaña y se sintió avergonzado… pero no por ello dejo de aflorar su cólera por lo que considero una afrenta.